Cuántas veces tirados en estos pastizales de yaraguá, nos quedábamos alelados mirando las nubes, formar a su capricho, figuras de aves, que se nos antojaban gallos de pelea porque siempre tenían las alas abiertas, y las patas alzadas en gesto de ataque. "Sólo les falta el alboroto de las galleras", decía ella, mientras me miraba con sus ojos dulces y serenos, que habría de nublar la muerte.Eran otros tiempos, cuando se podía respirar, y el aire entraba a los pulmones, limpio, con el olor dulzón de los almendros, y el picante de los bosques de canelo.
Ahora, el aire huele a pólvora, a sangre revenida, sangre de matadero, la misma que le puso a ella alas de tristeza, y se fue muriendo poco a poco, como se fueron muriendo los potreros de pasto yaraguá, donde nos acostábamos a mirar las peleas de gallos, que formaban las nubes en la inmensa gallera del cielo, de tarde en tarde